La obra está dividida en los tradicionales tres actos; las escenas del primero ocurren entre bastidores. Muestran un mundo cerrado —el circo— que se encuentra en crisis. Las relaciones de los personajes están edificadas sobre la contradicción. De manera aparente ese mundo se ha mantenido unido, porque dentro de esa crisis existe un equilibrio y, sobre todo, porque todos desean y aman —a su manera— a Melusa, la trapecista, esposa del dueño del circo, quien representa una proyección de los deseos de cada uno.
En el segundo acto, la acción es interior. Las primeras escenas ocurren entre cajas y las finales en la arena del circo, frente a un público inexistente. Los personajes cambian sus relaciones en la medida en que Melusa encuentra un “alma” diferente a la que tenía. En el tercer acto ocurre el desenlace, completamente inesperado. El circo se acaba y Melusa muere.
Como elemento de cambio dentro de la escritura teatral, Laguado introduce acotaciones escénicas sustanciales. Además de referirse a los elementos realistas de un decorado “económico”, sugiere una serie de movimientos y gestos que son fundamentales, dado que ellos, en sí mismos, son como un parlamento y forman parte del simbolismo de la obra. En ciertos aspectos, como en los nombres de algunos personajes y en la divertida escena del ruido que producen unos zapatos, el simbolismo es obvio; en otros casos, no.
Siguiendo la misma temática planteada por la filosofía occidental sobre la realidad, y en el teatro, de una manera diferente a como lo trataba el teatro realista, el autor en El gran guiñol cuestiona su unicidad, a la manera de Pirandello en Seis personajes en busca de autor. Esta influencia es clara durante los tres actos, aunque en el tercero aparecen elementos del absurdo.
Laguado introduce varios elementos para mostrar la falta de límites entre realidad e irrealidad: la paradoja, que se halla en la estructura misma de la obra; el destino de los personajes que está en manos del mago Salimbene; él ha gobernado a los payasos, a Atlas, al dueño del circo y ha modelado una nueva “alma” a Melusa. Al final y, de manera sorprendente, Vala, esposa del mago, ayudada por Pulic —quien ha llegado al circo en el primer acto y no conoce ningún oficio circense— mueve los hilos del destino a su antojo.
Por otro lado, lo público y lo privado no constituyen una dicotomía: cada personaje subraya su papel frente al público como diferente de su mundo privado. Sin embargo, ambas son actuaciones sutiles que se imbrican. La obra también invierte los conceptos de lo moral o lo inmoral. Y finalmente, la vida y la muerte son tan sólo actuaciones que pertenecen a la misma farsa.
Dentro de similar simbología se incluye el espacio escénico y los diálogos. Estos últimos, bastante cortos, marcan el ritmo. Frases y paradojas le imprimen humor, aunque algunas de ellas forman parte de los juegos mentales del hombre de la calle.
El estreno causó polémicas y rechazo por parte de ciertos sectores de la sociedad bogotana, entre otras razones por considerarla inmoral, esnobista y de “escenografía paupérrima”, como la calificó algún reseñista. También, gracias a la polémica, se debatieron otros temas que, en los años siguientes, irían adquiriendo importancia, como, por ejemplo, la necesidad de una arquitectura teatral diferente a la existente hasta dicho momento, para representar en forma adecuada este tipo de teatro.
La jaula trata el tema del periodo histórico denominado “la violencia” en el país. Fue escrita en el exterior, cuando el autor hacía sus estudios de doctorado. Los primeros dramaturgos que comenzaron a tratar este tema lo hicieron a mediados del cincuenta y en la década del sesenta. Además de Laguado, incluiríamos en esta primera etapa a Gustavo Andrade y Marino Lemos. Después vendrían Carlos Duplat, Gilberto Martínez, Jairo Aníbal Niño y otros más.
La jaula introduce la técnica brechtiana por medio de varios narradores que dan otra versión de la que se está viendo en escena. Los personajes evocan el pasado, “la violencia”, y estos recuerdos se ponen en escena como si estuvieran ocurriendo en el presente, actualizándolos. El personaje central es el prototipo del antihéroe que no se compromete; sin embargo, los hechos son tan determinantes que al final queda involucrado. La obra fue estrenada con motivo de la fundación del Teatro Popular El Tablón de Cúcuta, el 22 de septiembre de 1988, bajo la dirección de Édgar Bello.
Como se puede apreciar, la obra de Laguado puede considerarse como precursora de algunas de las direcciones que tomó posteriormente el teatro nacional, y su función, junto con la de otros escritores de ese momento, fue la de abrir la puerta a las nuevas tendencias.