A mediados de 1960 algunos medios escritos anunciaron que varios grupos estaban preparando un Festival Chéjov. Así lo comunicó la revista Cromos:
Chéjov en Bogotá.– Cinco o seis grupos teatrales preparan un “Festival Chéjov” en Bogotá. Aún no tiene fecha precisa, pero será en julio o agosto.
La idea parece excelente: un teatro como el de Chéjov, sencillo y a la vez profundo, el que puede alentar las vocaciones entre los adeptos y la formación del gusto el público[1].
Directores bogotanos: innovaciones teatrales
Después de varios años de ausencia, el joven director Santiago García regresó a Bogotá; venía desde la lejana Checoslovaquia de adelantar estudios de teatro y se propuso el montaje de El jardín de los cerezos, con la agrupación Teatro Estudio de la Universidad Nacional. El estreno se llevó a cabo en el Teatro de Colón, en 1961, y también fue representada en el Segundo Festival de Arte, de Cali.
Varios años después el maestro García recuerda aspectos de su montaje:
El jardín de los cerezos fue una puesta en escena con un ciclorama gris y con pocos elementos: algunos muebles, unas arcadas, una escenografía limpia [...] Más que todo recurrí a los efectos y los ambientes producidos por la luz y, fundamentalmente, a la actuación con actores ya experimentados [...] Quería que fuera aquello que más me había entusiasmado del trabajo de Otomar Kreicha: el énfasis sobre lo no verbal, es decir, sobre lo sugerente. Un teatro en donde lo que pasara en escena no fuera lo importante, sino lo que estaba detrás de todo. Tenía necesidad de quitarle importancia a la palabra como elemento transmisor fundamental en el espectáculo [...] Lo más importante estaba en los ademanes, en los gestos, en lo que después se denominaría kinesis y proxemia; esto es, lenguajes no verbalizados; los cuales, en cierta medida, los había intuido Chéjov y fue en eso, justamente, en donde residió el problema de los malentendidos con Stanislavski, pues éste quería darle importancia grande a la palabra, cuando en El jardín de los cerezos existe otro factor de carácter atmosférico, sugerente. Reitero: lo no evidente[2].
Fernando González Cajiao en su obra Historia del teatro en Colombia (1986: 317), escribió que fue uno de los “más bellos montajes” de la época:
"[...] escenificada tan impecablemente como cualquiera de las del Tec. [tenía] un bello concepto de la arquitectura, el cual se reflejó en una discreta pero hermosa escenografía sugerente; la obra fue además interpretada con categoría verdaderamente profesional por actores como Felipe González y Mónica Silva".
Agrega González Cajiao que a pesar de la “belleza”, el público no estaba acostumbrado a los “finos matices y a las hermosas sutilezas de Chéjov”, autor a quien todavía no se conocía bien en el escenario.
Por su parte, Beatriz de Vieco comenzó una interesante columna en la revista Cromos, con dos frases del director García, entresacadas de una entrevista que, con motivo del estreno, se transmitió por televisión. La primera reza: “Creo que la obra fue un éxito [...] si bien el público no asistió”. La otra: “Pienso que resolvimos varios problemas, como el de los silencios en Chéjov”. Como la columnista no estuvo de acuerdo con algunos aspectos del montaje, inicia su argumentación así:
"Aunque sacadas del contexto de una conversación sin muchos ribetes técnicos, estas dos afirmaciones pueden poner de manifiesto la actitud profesional de Santiago García. Es decir, su actitud como director escénico, tanto frente a la obra como frente al público"[3].
Según De Vieco, un director escénico como García, en la Bogotá de entonces, se veía abocado a las dificultades propias de la puesta en escena y, todavía más complicado, a conquistar un público que “justificara” todos los esfuerzos artísticos y técnicos. Y ni en la capital ni en el país existía un auditorio desembarazado, abierto a las nuevas tendencias artísticas. Por ello, el escaso público que había asistido se había mostrado “apático e indiferente”, pues no había captado el “problema de los silencios” en el dramaturgo y, tal vez, había aplaudido movido por el prestigio del autor. De Vieco reconocía la complejidad y dificultad de montar a Chéjov, pues además de ser “realista, él juzgaba un aquí y un ahora determinados por la dinámica irreversible de la sociedad de su tiempo”:
"Chéjov construye sus obras con una inteligencia, con una minuciosidad, con un sentido poético que incluye en primer término la destreza para transponer la banalidad cotidiana al nivel estético, y ofrecerle el apoyo de un sub-fondo. Trabaja, por decirlo así, en dos planos. Su imagen, el mundo, es a la vez dinámica y concreta, incluye a la sociedad y a la historia con todas sus consecuencias".
Agrega que el escritor tenía un sentido de lo “típico” en las situaciones y en los personajes, sin caer en estereotipos, seleccionando los detalles indispensables para definir una conducta humana o una situación, sin modificar la unidad. Y a pesar de que la puesta en escena de García había sido profunda, innovadora y renovadora del arte dramático, él había tomado una decisión discutible respecto al personaje Lopajin, interpretado por Felipe González, quien, según la crítica, en la obra “representa un hito importante dentro del juego de contrastes de los personajes, basada en la conformación definitivamente jerárquica de la sociedad moscovita del siglo XIX”. Lopajin, continúa De Vieco, era un hombre rústico, comerciante, hijo de campesinos, quien debido al poder del dinero compra el “maravilloso jardín”, símbolo en la obra de los aristócratas; lo cual significa que la burguesía en ascenso desplaza a la rancia aristocracia. Pero en el montaje de García, Lopajin es un personaje conocedor del juego social, quien se mueve con soltura en los salones de la élite; por lo tanto, en la representación se perdía el “contraste dramático, la claudicación humillante que representa la cesión del jardín”, y el ofrecimiento de la aristocrática hija en matrimonio se debilita y pierde su rudeza.
Concluye Beatriz de Vieco con la siguiente frase: “Quizás habría valido la pena reflexionar mejor antes de tomar una decisión que al contrario del ‘problema de los silencios’, sí afectaba en su esencia, en la eficacia de los contrastes, a la unidad y a la significación de la obra”.
Después del Lopajin garciano –quien también ostentaba un sutil detalle de clase en el vestuario– al poco tiempo García, afortunadamente, reincide. En agosto de 1967 estrena con la Casa de la Cultura La gaviota, comedia en cuatro actos. El programa de mano recuerda montajes inolvidables realizados en Europa, como los de Visconti, Bergman y Kreicha. Anota además que, en esos momentos, era creciente la idea del teatro como espectáculo total y la obra de Chéjov valora la base fundamental del teatro: el actor. En el mismo programa García considera que la obra de “Chéjov es inagotable. Marca un derrotero preciso y cada vez más cierto” del teatro. No se puede desconocer la influencia del escritor ruso en la dramaturgia contemporánea y en la técnica de la puesta en escena:
"Hoy en día por las innumerables conquistas logradas en estos últimos cincuenta años, desde Stanislavsky y Antoine, hasta Brecht y Grotowsky, nos encontramos infinitamente más preparados para la interpretación de Chéjov. Sus personajes y sus relaciones se presentan cada vez más complejos y ricos para penetrar en el universo, un poco pavoroso, de su realidad [...]
Para los actores y los espectadores una obra de Chéjov es un respiro, un oasis, y al mismo tiempo una rampa de impulso hacia más audaces y atrevidas experimentaciones".
En una entrevista reciente el maestro García dijo que en este montaje había querido desarrollar las pausas, el ritmo, la atmósfera y todo el “aparato casi musical” de La gaviota, para poder sacar a flote el fondo del motivo chejoviano. “Lo que quería hacer era, precisamente, poner en escena los contrastes, pues me ha gustado jugar con los contrastes, ya que allí la atmósfera es completamente antibrechtiana. Eso era lo que Brecht detestaba en el teatro, sobre todo la famosa atmósfera. Por eso la hice tratando de trabajar con cosas absolutamente antagónicas [...], quebrantando todos los cánones, todos los dogmas de Brecht [...]"[4], recordó el maestro.
Después del estreno de la obra, en una columna de El Espectador, firmada por A. Morales, éste escribió:
"Santiago García supo darle al montaje el realismo que exige la tragedia. Además, fue fiel al espíritu de Chéjov. Los movimientos escénicos, el vestuario y la escenografía estuvieron correctamente concebidos. García logró establecer símbolos extra-textuales que le dieron al drama actualidad. El director planteó la vigencia de la obra en forma de pregunta. Vivimos una vida sórdida, inauténtica; somos seres sacrificados. ¿Surgirá acaso algún día una vida mejor?
Los intérpretes vivieron sus papeles encarnando sus respectivos personajes de una manera tan real que parecían que existiesen. Quienes más se destacaron fueron Carlos Parada, Fernando Mendoza (el mejor) y Consuelo Luzardo en los papeles de Treplev, Sorin y Masha, respectivamente"[5].
Como puede apreciarse, ya en este momento Chéjov tenía una mejor recepción entre el público. Posiblemente sus obras cortas habían abonado el camino.
1960: El pedido de mano; director: Paco Barrero, Teatro Experimental Independiente. Esta pieza junto con El cartero del rey, de Rabindranath Tagore, dirigida por Jorge Alí Triana, se presentó en el IV Festival de Teatro, en septiembre de 1960, y por dicha pieza Barrero ganó el premio al mejor director. La agrupación tenía como sede el Teatro Infantil del Parque Nacional y estaba conformada además de los dos directores, por Carlos Parra “Parruca” y el hoy historiador Germán Colmenares, entre otros.
Según González Cajiao en Historia del teatro en Colombia (1986: 317), fue un “montaje memorable”, entre otros motivos porque los actores desempeñaron sus papeles como marionetas, no hablaban, sino que las voces las hacían otros actores detrás del escenario. Como el Teatro Experimental Independiente presentó las dos obras en el Festival, algunos críticos no desligaron en sus columnas la una de la otra y establecieron comparaciones. Por esta razón, en el siguiente apartado de la revista Cromos eliminé los comentarios sobre Tagore, puestos entre guiones por el columnista:
"El tedio provocado por el intento, tan infortunado como soporífero, de extraer acentos dramáticos del lirismo inocuo de Tagore, [...] constituyó, al parecer, un preámbulo favorable para la versión de Chéjov ofrecida por Paco Barrero. El contraste fue obvio: la sobriedad de la escenografía; la actuación; y la agilidad rítmica contribuyeron a generalizar la impresión de frescura y levedad. Es indudable que para un espectador contemporáneo, comprendiendo bajo esta denominación aún a los espectadores de nuestros países subdesarrollados, la obra del escritor ruso no suministra el mismo impacto humorístico que para el público de principios de siglo, para quien fue imaginado. Montada “en serio”, la eficacia satírica o burlesca de la obra se diluye en los diálogos, quizás un poco artificiosos para el gusto actual, que no resisten la inmovilidad de una escena de sillón. Pero el lenguaje de la pantomima, usado acertadamente (como actor, el director Triana demostró ser un dinámico admirador de Chaplin), con el complemento de unas voces bastante bien logradas, resultó ser un recurso convincente, que al lado de tantos desoladores ejemplos de “seriedad”, aportó una refrescante muestra de gracia y ligereza"[6].
Jorge Alí Triana tenía entonces 18 años y contestó a las críticas diciendo que él y su agrupación estaban contentos por el desconcierto que habían causado, pues de eso se trataba cuando se hacía teatro experimental: “Todo lo que hacemos es arriesgado, provisional, discutible”[7]. Criticó, además, a la crítica porque quienes la ejercían, según sus palabras, eran jóvenes como él, y en la mayoría de los casos habían sido sus compañeros de estudios o sus amigos, y no habían pisado los escenarios; en consecuencia, le parecía una crítica “irresponsable”, “floja”, “sin entusiasmo” y “sin indignación”.
A pesar de lo anterior, Triana aceptó que su Tagore “no funcionó”: “La obra es ingenua, lenta, discursiva, y el intento de infundirle cierto valor plástico, de convertirla en una pantomima poética, resultó insuficiente”. Pero Jorge Alí se sentía satisfecho con el éxito alcanzado por la obra de Chéjov: “La hicieron con marionetas –tres únicos personajes– y sin decorado. Las voces, la actuación bien, la comedia tuvo movimiento, el espectáculo hizo impacto”. Continúa el columnista de Cromos y agrega que Triana y sus compañeros tienen amor al teatro “tanto más ardiente cuanto mayor es la indiferencia del público de Bogotá”.
Después del Festival, el Teatro Experimental Independiente presentó ambas obras en el Instituto Cultural Colombo-Soviético y en los barrios populares, con el fin de dar comienzo a una campaña de educación teatral “netamente popular”. Luego emprendió una gira por varias zonas del país. Al respecto el mismo cronista de Cromos escribe que el Teatro Experimental Independiente procede como en los tiempos de Lope o de García Lorca: “la farándula saldrá a los pueblos y barrios en busca de un público virgen, no viciado por el cine”.
En este momento de la historia del teatro colombiano, todavía para algunos articulistas, el cine seguía siendo uno de los enemigos del teatro, que se había encargado de “pervertir” el gusto del público, como se afirmó durante buena parte de comienzos del siglo XX.
1960: El pedido de mano; director: Jorge Gaitán Gómez, Grupo Atenas (Teatrillo de la Sociedad Económica de Amigos del País). Formaban parte de la agrupación: José J. Carvajal, Cidalia Gutiérrez, Amanda Celis, Hernando de Castro y Enrique Rojas. El director presentó a Chéjov dentro de un ciclo de piezas breves, algunas de las cuales habían sido escritas por el mismo Gaitán Gómez, ellas eran: Dos muñecos sin alma, Los idiotas son otros, Hágase la nueva luz, y Vacío. También se representó: Cinco minutos antes, de Aldo de Benedetti; Un idilio ejemplar, de Ferenc Molnar, Juanita va a Río de Janeiro, de Víctor Ruiz Iriarte y de los españoles Joaquín Calvo Sotelo y los hermanos Álvarez Quintero.
Para la sensibilidad actual, la mezcla de autores de vanguardia con otros insertados en la tradición del sainete español puede chocar, pero también es un indicio más de las diferentes tendencias que han nutrido al país y que, en un momento determinado, confluyen en medio de tensiones. También el grupo Atenas, como el Teatro Experimental Independiente, pretendía formar un público y, adicionalmente, dar un espacio a nuevos autores, directores, actores y técnicos, porque al director le interesaba el teatro nacional. Arte que para él contaba con una importante trayectoria desde 1945 y cuyo proceso fue interrumpido abruptamente en 1949, cuando el gobierno tumbó el Teatro Municipal sin argumentos. Gaitán Gómez declaró:
"Después de diez años de silencio –otra vez: no es casual que al acabar la dictadura reverdeciera el teatro– la antigua inquietud prendió en un puñado de muchachos. Era una llamita, pero quizás consiga incendiar el bosque"[8].
Gaitán Gómez comenzó una serie de sesiones de teatro leído en diciembre, con entrada gratis. El objetivo era el mismo de formar al público, inició con El puente roto de Alberto Dow Dow, dramaturgo caleño.
1967: Grupo de Teatro de la Universidad de los Andes. En el Teatro Odeón bajo la dirección del joven y talentoso Ricardo Camacho, se presentó un espectáculo titulado 3 farsas: Trágico a pesar suyo, El pedido de mano y El aniversario. El asistente de dirección fue Jairo Soto y el pintor Antonio Roda diseñó la escenografía y el vestuario. En la primera pieza actuaron Camacho (Alexei Alexejevich) y Soto (Iván Ivanovich). Para el Pedido de mano: Mauricio Carrizosa (Chubukov), Guillermo Arévalo (Lómov) y Pilar Caballero (Natalia). En la actualidad, Pilar Caballero sigue vinculada al teatro, como pintora y académica, a quien se le han encargado diseños de escenografías y vestuario del Teatro Libre de Bogotá. Entre los actores de El aniversario se encuentran: Ricardo Camacho (Nikoláievich), Jorge Plata (Shipuchin), María Teresa Nieto (Tatiana) y Yolanda Torres (Merchútkina).
Sobre este montaje, el veterano crítico español José Pratt escribió en su columna:
"Los intérpretes se lucieron con sencillez y gracia. Así Pilar Caballero, excelente en su papel de joven testaruda y casadera. Yolanda Torres, sobria y certera; animada y de fino donaire María Teresa Nieto. Buna tarea la de Jairo Soto, Mauricio Carrizosa, Guillermo Arévalo, Jorge Plata y la del actor y director Ricardo Camacho".
Caballerosa y cortés nota, con el mejor estilo de comienzos del siglo XX, todavía al uso en estas épocas, en que los cambios generacionales y de estéticas renovaban el arte, algunas veces de manera beligerante.
Al año siguiente el grupo de los Andes tomó el nombre de Teatro Estudio y estrenó una pequeña sala de “paredes negras, columnas amarillas y bancos rojos” en el centro de Bogotá. Sin embargo, la Universidad de los Andes siguió apoyando algunos montajes, y para la inauguración, el 23 de abril de 1968, Ricardo Camacho abrió las puertas del flamante teatro con El camino real, de Chéjov.
Los protagonismos estudiantiles en Bucaramanga
El director Carlos José Reyes se encontraba dirigiendo el grupo teatral de la Universidad Industrial: el TEU, de Santander y montó en 1962 la Conferencia sobre el daño que hace el tabaco. Las presentaciones tuvieron lugar en el Auditorio de la Facultad de Mecánica de la misma Universidad y luego se presentó en el Teatro Sotomayor. Con esta pieza se presentó Reyes en Bogotá, durante el primer semestre de 1963.
Los primeros montajes en Cartagena
1963: El pedido de mano. 1964: El oso; director: Luis Enrique Pachón, Grupo de Extensión Cultural de Bolívar. Luis Enrique Pachón estaba viviendo en Cartagena, fue una de las veces que allí se asentó. Entre los actores de la agrupación se encontraba Jairo Aníbal Niño, Ramiro Corzo y Dina Merlini.
Después de los montajes anteriores, Pachón volvió a reponer El oso y El pedido de mano con otros actores: José María Amador y Gloria Díaz. Este director admiraba a Chéjov por su capacidad para definir un carácter de un sólo trazo, debido a sus cualidades de observador, psicólogo, humorista y poeta sentimental.
El 7 de junio de 1968 el director de La Baranda, Jaime Cabal, llevó al Teatro Heredia El oso. La agrupación estaba recién fundada y había presentado, especialmente, piezas de la dramaturga cartagenera Judith Porto de González y con una de ellas (Pilares vacíos), obtuvo el segundo lugar en el Festival de Arte de Cali. Los actores para el montaje de Chéjov fueron: Zulma Barrera, Jaime López y el director Jaime Cabal.
Un maestro de Medellín
El Teatro de Cámara El Duende fue fundado en 1956 por el maestro Sergio Mejía Echavarría, quien también fue su director a comienzos de la década de los años sesenta. Esta agrupación incluyó el monólogo Sobre el daño que hace el tabaco entre sus presentaciones del año, con actuación del director, quien fue largamente recordado por dicha representación. A propósito del monólogo teatral, conviene recordar que Mejía Echavarría recoge en su libro Conversaciones en el escenario[9], un ensayo publicado en repetidas ocasiones en diferentes publicaciones periódicas. En dicho ensayo, Mejía realiza una clasificación de los monólogos de acuerdo con el tono particular de cada uno de ellos (épicos, líricos, dramáticos, humorísticos, satíricos o románticos).
Un par de años después El Duende adicionó a su repertorio Un trágico a pesar suyo, dirigido también por Mejía.
[1] “Teatro”, en Cromos, Bogotá, No. 2243, 20 de junio de 1960, p. 40.
[2] Fernando Duque Mesa y Jorge Prada Prada, Santiago García: El teatro como coraje, p. 134.
[3] Beatriz de Vieco: “Los silencios de Chéjov”, en: Cromos, Bogotá, 11 de diciembre de 1961, p. 49.
[4] Duque, Fernando, Santiago García: el teatro como coraje, p. 202.
[5] TREPLEV, hijo de la actriz ARKADINA, hombre joven; SORÍN, hermano de Arkadina; MASHA, hija del administrador de la propiedad de Sorín, mujer joven.
[6] B. V.: “Teatro”, en: Cromos, Bogotá, No. 2257, 26 de septiembre de 1960, p. 41.
[7] R. T.: “Teatro”, en: Cromos, Bogotá, No. 2266, 17 de octubre de 1960, p. 17.
[8] R. T.: “Teatro”, en: Cromos, Bogotá, No. 2263, 7 de noviembre de 1960, p. 13.
[9] Sergio Mejía Echavarría: Conversaciones en el escenario, Medellín: Secretaría de Educación y Cultura, 1991 (Autores Antioqueños No. 66).